Petite Balade Alpine

16 octubre 2024
Petite Balade Alpine

Este era el nombre del grupo de WhatsApp que tenía con algunos amigos que me ayudaron durante las Alpine Connections, un recorrido a través de los Alpes diseñando conexiones entre cumbres de más de 4000 metros. Había cierta ironía en él, pero era porque creo que lo que hice no era importante, aunque para mí se tratara de una experiencia que me transformó profundamente.

Antes de que mis recuerdos empiecen a empañarse, quería escribir à chaud lo que ha supuesto este viaje. Sé que en esta fase hay muchas cosas sobre las que tengo que reflexionar y que debo asimilar. Que la sombra que esta travesía ha dejado en mí será larga y exigirá un largo periodo de asimilación y reflexión. Es probable que cuando termine de realizar todas esas reflexiones logre formar una bonita película en la que podamos disfrutar de todas las bellas imágenes que el equipo logró capturar, pero a continuación recojo unas primeras reflexiones y algunas de las cosas que me llevo dentro de mí, además de algunas pésimas fotos que hice con mi teléfono durante esos días:

  1. Fue un viaje interior, una búsqueda para descubrir quién soy, mis motivaciones, mis miedos y mis límites. Los «cuatromiles». Los 82 picos. Fueron la excusa, el marco que permitió que este viaje se desarrollara.
  2. Hablar de récords simplemente sería prostituir la experiencia que viví. Me inspiré profundamente en la visión de Patrick Berhault, en la primera conexión de los cuatromiles llevada a cabo por Martin Moran y Simon Jenkins, en la que realizaron Franz y Diego o en la de Ueli, pero aunque siguiéramos principios similares, no buscábamos batir récords, nuestro objetivo era explorar los Alpes creando conexiones sin utilizar vehículos motorizados en esas cumbres, no el rendimiento externo.
  3. Las conexiones son físicas, y están arraigadas en la estética de las rutas, en la idea de que una vez alcanzada una cordillera, me quedaría diseñando conexiones entre cumbres y no descendería, sino que permanecería moviéndome continuamente o descansando en refugios o campamentos hasta conectar todas las cumbres antes de pasar a otra cordillera. Eso se truncó en Valais, donde se desató una tormenta de nieve que hizo que tuviera que ir a comprobar las condiciones, subiendo al Nadelgrat y bajando de nuevo a Saas-Fee antes de continuar al día siguiente, cuando el tiempo sí lo permitía, en un intento de 4 días hasta Zinal.
  4. Las conexiones también son humanas. Fue estupendo compartir el viaje con amigos, tanto antiguos como nuevos, que se unieron a mí en tramos cortos o largos. Gracias a Philipp, a Matheo, a Genis, a Noa, a Michel, a Bastien, a Jordi, a Jules, a Leo, a Emily y a Benjamin. También a los refugios, por las calurosas bienvenidas, las camas y las comidas que me dispensaron, incluso a altas horas de la noche —Finsteraarhorn hut, Monterosa hute, Capana Margherita, Hornlihute, Rifugio Aosta, Cabanne de la Dent Blanche, Schönbiel hut, Tracuit, Valsorey, Rifugio Torino, Refuge de Couvercle, Rifugio Monzino y Camping della Sorgente, Vitorio Emmanuele—, i también un enorme agradecimiento al equipo de apoyo que me acompañó durante todo el viaje para traerme lo que necesitaba en los valles y registrar este viaje con imágenes. Gracias a Aina, a mi madre, a David, a Joel, a Nick y los que se unieron a mí durante algunos días. También a Jesús y a Sergi, por analizar lo que pasaba dentro de mi cuerpo durante este viaje.
  5. Tomé decisiones de las que no me siento orgulloso, que tengo que examinar y que me hacen reflexionar sobre qué fue lo que hizo que me esforzara por aceptar algunos riesgos que conscientemente me parecen poco razonables.
  6. Fisiológicamente, me las arreglé bien. No perdí peso, al contrario que en los Pirineos, donde el deterioro físico fue constante. Aquí pude recuperarme y terminar fuerte. Comer bien y de forma específica, y “descansar” fueron dos factores decisivos. ¡Gracias a Jesús y a Sergi por todos sus consejos al respecto!
  7. Flui; en algunas crestas no sentí el esfuerzo. Sentí una profunda conexión con la montaña. El esfuerzo ya no existía, el tiempo se había detenido, mi cuerpo se había fundido completamente con el entorno. Son momentos como estos los que me dan la vida.
  8. Han pasado 8 años desde que dejé los Alpes después de vivir allí durante casi una década, y los cambios que han experimentado estos picos y glaciares me hicieron estremecer. Los efectos del cambio climático en la pérdida de glaciares y en el deshielo del permafrost son enormes. Las rutas han cambiado, las condiciones se han vuelto más peligrosas y las montañas se están derrumbando literalmente. Aquí puedes ver algunos de los cambios y sus explicaciones científicas.
  9. Para lograr seguir adelante, independientemente de las condiciones, el tiempo o el equipo que llevara conmigo, tenía que esforzarme llevando hasta más allá del límite absoluto todos mis conocimientos. El esfuerzo era físico, también técnico, pero sobre todo mental. La gestión del estrés y de las emociones era un elemento fundamental. La mayor dificultad de un viaje como éste residía en mantenerme plenamente concentrado durante tantas horas al día y rebajar el estrés en situaciones complicadas para permanecer lúcido, tomar buenas decisiones y ahorrar energía.
  10. Fui testigo de impresionantes puestas de sol, de noches de luna llena y amaneceres de color escarlata. Toqué rocas magníficas que me hicieron bailar con ellas para progresar. Experimenté largas y magníficas horas de soledad y compartí risas y crestas con amigos. Al final, estos son los momentos que permanecerán.

La idea y planificación

Tras la travesía de los tresmiles de los Pirineos (puedes mirar aqui el documentário "Into the (Un)known" sobre mi aventura en los Pirineos) del año pasado, me quedé muy impresionado por lo que había vivido y la experiencia me llevó a querer seguir explorando en esta dirección. De vuelta a casa, no tardé mucho tiempo en imaginar lo que quería probar. Los Alpes son una cadena montañosa con la que estoy familiarizado tras haber vivido allí durante una década. No están lejos, por lo que no implica un gran desplazamiento, y ofrecen grandes posibilidades de diseñar conexiones en terreno técnico. En el pasado había hecho e imaginado algunas conexiones largas en diferentes cordilleras, así que ¿por qué no hacer una gran conexión que englobe a todos los Alpes?

En el pasado había leído sobre el proyecto de Berhault, los libros de Moran y Nicolini y había seguido a Ueli durante sus travesías. E incluso aunque la meta fuera la misma (coronar la totalidad de los 82 picos de más de 4.000 metros impulsado por la fuerza humana sin el uso de vehículos motorizados), yo quería alcanzarla de una manera que se aproximase más a una larga conexión “non-stop” que a una conexión compuesta de una serie de ascensos múltiples. Se trataba más bien de encontrar una trayectoria lógica dentro de cada cordillera, de modo que al entrar en una cordillera, se pudiera encontrar una cresta o una ruta que conectara todas las cumbres de la cordillera sin necesidad de bajar fuera de las montañas antes de conectar todas las cumbres y pasar a la siguiente cordillera. Lo que más me interesaba era precisamente el aspecto estético de este recorrido, y aunque me daba cuenta de que las posibilidades de realizarlo, a causa del tiempo, de las condiciones y de las capacidades físicas y técnicas, eran escasas, no quería dejar de intentarlo. Empecé diseñando las rutas de las cordilleras que mejor conocía —Mont Blanc y Valais—, y seguidamente las de 4 cordilleras con cumbres aisladas —Bernina, Weissmies y Grand Combin, que yo no conocía, y Grand Paradisso y Ecrins, que sí conocía— y la de otra gran cordillera en la que nunca había estado, los Alpes berneses. Después de pensar en una trayectoria que creía factible, me puse en contacto con algunos amigos y con amigos de amigos para ver qué pensaban de algunas partes de esa trayectoria; me refiero a, Andy Steindl, François Cazzanelli, Mitch Lanne, Philipp Brugger y Nicolas Hojac, quienes me dieron su opinión, opinión que me ayudó a diseñar una ruta base para empezar. Más tarde, intenté encontrar los topos de la mayoría de las rutas que conformaban la travesía. En total, sumaban más de 150 rutas de escalada, algunas fáciles y otras más duras, con algunos tramos intermedios de los que no se disponía de mucha información y algunos otros que no iban a tener buenas condiciones para esa época del año. Aunque tenía un plan con una ruta “A” y unos posibles horarios ya programados, era importante esperar que pudieran surgir numerosos cambios y estar preparado para afrontarlos. Estar preparado para improvisar y encontrar diferentes soluciones (rutas alternativas, lugares en los que parar, técnicas para continuar en diferentes condiciones, etc.) en el momento en que las condiciones meteorológicas o de la montaña no fueran las esperadas.

Como tenía previsto viajar a los Alpes para la Sierre Zinal con la familia, pensé que lo mejor sería empezar después de que hubiera transcurrido algún tiempo desde la carrera, esperar a que hubiera una previsión meteorológica que pareciera razonable y entonces partir. Pensaba —y pienso— que, contando con unas condiciones y una previsión perfectas, es posible hacerlo en unas 2 semanas. Emprender esta misión a estas alturas del año presentaba algunas ventajas y al mismo tiempo ciertas desventajas. Por un lado, los glaciares están bastante secos, lo que hace que las grietas sean visibles y haya menos peligro de caer en ellas o de romper los puentes de nieve, y el hecho de que las crestas rocosas estén secas hace que la progresión sea más rápida, pero por otro lado, al estar tan secos, los bergschrunds son más difíciles de cruzar y las rocas de las caras están más inestables, siendo más peligrosas por ello.

Equipamiento

En primer lugar, hay que decir que el equipamiento por sí solo no sirve de nada. Es nuestro conocimiento del uso del equipamiento y nuestra comodidad con él lo que hará que el equipamiento sea útil o inútil.

  • Calzado: utilicé las zapatillas Tomir 2. 3 pares. Para la mayoría de los días utilicé unas Tomir 2 impermeables. Eso fue desde el día 1 hasta el refugio Torino. Después de Droites (día 16), utilicé un par de Tomir 2 no impermeables en el Nadelgraat para que las impermeables pudieran secarse. Desde el refugio Torino, cambié a otro par de Tomir 2 —no impermeables— para los últimos 4 días. Las zapatillas impermeables estaban prácticamente destrozadas (con la suela plana y algunos cortes en la parte superior producidos con los crampones y las rocas). Se trata de unas zapatillas blandas que son buenas para correr, para caminar y para escalar en técnica de adherencia, pero que requieren un buen tobillo y una técnica de 10 pointes a la hora de escalar en hielo con crampones, así como una técnica diferente al escalar en roca en comparación con las botas de montaña.
  • Ropa: De abajo a arriba, utilicé unos calcetines Nnormal y unos calcetines impermeables dependiendo de las etapas, unas mallas o unos pantalones Active según el día. También llevaba unos pantalones impermeables por si acaso. Una camiseta de lana merina, una chaqueta intermedia, un cortavientos, un chubasquero y una casaca de plumas. Buff y un gorro. Utilicé guantes de escalada —de tipo cuero sintético— la mayor parte del tiempo para protegerme las manos de la abrasión de la roca; me puse 4 pares durante el viaje. También llevaba un par de polainas que utilicé en la etapa 3.
  • Para protegerme del sol utilicé gafas de sol (llevaba 2 gafas de categoría 4) y crema solar para los labios y la cara.
  • Para mi protección y para la progresión llevaba un casco, un arnés ligero, un tornillo de hielo, 2 piolets (usaba uno cada vez, pero dependiendo de la etapa llevaba uno de carbono para hielo y roca o un Ghost Tech de Grivel), un par de bastones de trail running, un par de crampones (para ajustar bien el calzado usaba una base Petzl Lynx con una fijación delantera blanda de Grivel, una fijación trasera blanda de edelrid y un cordino de petzl). Para algunas etapas utilicé cadenas de pinchos en lugar de crampones (Bernina y Gran Paradisso), 1 mosquetón de seguridad, 1 cuerda y 1 mosquetón, un poco de cordino, cuerda (tenía 40 metros de Dyneema pura de 5 mm y 60 metros de Beal Rad Line de 5 mm, que usé dependiendo de la etapa) un tornillo de hielo (Blue Ice de 10 cm) y un gancho Avalakov y dos levas (BD 0,4 y 1).
  • Para la noche llevaba una linterna frontal, una Moonlight 2000 con una batería extra siempre conmigo.
  • Para el seguimiento y la comunicación contaba con un teléfono con los mapas, un Coros Vertix, un dispositivo de seguimiento, una GoPro, una batería portátil con un cable y algo de dinero para los refugios.
  • Para la alimentación y la hidratación tenía 2 botellas plegables y llevaba algo de comida para la etapa.
  • Para llevarlo todo tenía una mochila prototipo de 25-30L.

Por lo demás, tenía un kit de bicicleta para las transiciones, con una bicicleta de carretera (Wilier Vertical) zapatillas, casco, ropa de ciclismo y un ciclocomputador Coros Dura.

El equipo

Aunque hice el trayecto autopropulsado, recibí asistencia. Aina, que me ha acompañado en numerosos proyectos, desde el Himalaya hasta los Pirineos, dirigía el equipo, asegurándose de que yo tuviera comida y un lugar donde dormir y gestionando el equipo encargado de la filmación. Nuria, mi madre, también estaba allí. La primera semana se quedó con Emelie y nuestras hijas en el Valais y luego se unió a Aina para realizar el acompañamiento. Por lo que respecta a la filmación, David Ariño, Joel Badia y Nick Danielson iban a ser los encargados de capturar el viaje —al final, Noa Barraw, un amigo de Matheo Jacquemoud, también se unió para filmar las últimas etapas. Durante los primeros 10 días, Jesús Alvarez-Herms y Sergi Cinca me seguirían para tomar medidas fisiológicas y cognitivas cuando bajara entre las cordilleras con el objetivo de estudiar los efectos de estos eventos extremos. Luego vinieron algunas personas a ayudar algunos días: Anouchka, Sofia, Joan y Andreu acudieron puntualmente para ofrecer su apoyo. Además, llamé a algunos amigos para ver si querían unirse para compartir alguna parte del viaje.


El Viaje

Después de la Sierre Zinal, me tomé un día de descanso y me dirigí a St. Moritz. Las piernas seguían un poco doloridas, pero las agujetas musculares no duran más de 70 horas, así que no me preocupé. El lunes 12 de agosto preparé el equipamiento y dormí bien.

Etapa 1: Bernina

Me reúno con Philipp Brugger en la estación de Mortetatsh hacia las 5 de la mañana. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, así que fue agradable ponernos al día, hablar de nuestros hijos y nuestras familias y disfrutar del ascenso al Bernina por la cresta de Spalla. Es una ruta bonita, muy variada y sin complicaciones. El tiempo era perfecto, soleado y sin viento, y pudimos disfrutar del ascenso y de las vistas.

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Cuando regresé a la base, cogí la bici y pedaleé hasta el paso de Grimsel atravesando algunos pasos emblemáticos, como el de Oberalp y el de Furka, en lo que fue un recorrido largo pero muy agradable. Llegué a Grimsel a primera hora de la noche y mi llegada resultó un poco caótica, ya que estaban haciendo obras en la presa, pero finalmente encontramos un buen lugar para dormir y pudimos descansar unas horas.

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Etapa 2: Alpes Berneses

Un poco antes de las 5 de la mañana, dejé el paso de Grimsel para recorrer corriendo la larguísima morrena de Unteraargletscher, una morrena glaciar de 20km, no muy difícil de recorrer, aunque la progresión no era muy rápida en este terreno. No me sentía superfresco, pero tampoco me encontraba demasiado cansado, y empecé el ascenso hacia el Lauteraarhorn a buen ritmo. La pendiente era muy molesta, con rocas y arena muy sueltas o nieve muy blanda. Por cada 2 pasos que subía, bajaba uno. Cuando por fin llegué a la cresta de la cumbre, cubierta de roca más sólida, empecé a preocuparme por las tormentas. La previsión meteorológica anunció algunos relámpagos para la tarde y parecía que iban a llegar antes de lo anunciado. Durante algunos momentos estuve sopesando las opciones: bajar, encontrar algún tipo de refugio o continuar, sabiendo que una vez que comenzara la cresta hacia el Schreckhorn no habría muchos lugares en los que poder esconderse. Me decidí por la última opción y estuve ascendiendo, buscando todo el rato alguna opción para tirar el equipo metálico y encontrar alguna cavidad o refugio en las rocas para esconderme por si acaso. La tormenta venía del oeste y podía oír y ver los relámpagos acercándose rápidamente. No puedo decir que no me estresé un poco, pero finalmente los relámpagos pasaron a unos cientos de metros de mí y siguieron hacia el este. Tras la tormenta, llegó la nevada. Así que la última parte de la cresta hasta el Schreckhorn estaba bastante húmeda y nevada, pero la roca era excelente y el ascenso estupendo, así que pude disfrutar de él sabiendo que no habría más relámpagos. La cresta en sí es muy hermosa, con una excelente roca y bastante sostenida con buen ambiente y vistas —cuando las nubes me dejaban ver algo. En la cima me encontré con la niebla, por lo que no fue fácil encontrar el camino de bajada, que es bastante técnico, sobre todo la parte más baja, destrepando hasta el glaciar. Una vez allí, apareció el sol y se hizo una tarde muy cálida.

Cruzar desde el glaciar Schreckhorn hasta el Finsteraarjoch no fue muy fácil. Largas morrenas, algo de escalada y navegación por grietas en la cima. Desde allí tomé un largo corredor hasta el collado Agassiz. Cruzar el bergschrund en ese momento no resultaba muy fácil debido al derretimiento del hielo que se había producido en las últimas semanas, pero en el lado derecho por la roca era posible unirse al corredor y subir, mitad del camino en el corredor con nieve blanda y la otra mitad del camino sobre roca. A partir de ahí, la cresta hasta el Finsteraarhorn al inicio fue de roca muy suelta, hasta llegar al cruce con la ruta normal. Llegué allí al atardecer, y en ese momento llegó otra tormenta de nieve que hizo muy resbaladizo el último tramo hasta la cumbre.

El camino de descenso hacia el glaciar estaba bien, a veces podía ver algunas pistas antiguas que facilitaban la navegación. Ya era tarde cuando llegué al refugio del Finteraarhorn, pero los guardas me seguían esperando con una rica sopa de verduras caliente de la que disfruté antes de dormir un par de horas.

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Unas 2 horas después volví a calzarme las zapatillas mojadas (no es el mayor de los placeres, precisamente) y empecé a cruzar el glaciar hacia el paso de Grünhornlücke, bajando hacia el este y subiendo por la ruta normal hasta el Grünhorn, donde disfruté de un amanecer increíble. Allí, la nieve y la lluvia de la noche anterior hicieron que la roca estuviera bastante resbaladiza, así que en lugar de seguir la cresta, bajé hasta la mitad del glaciar por el lado oeste y crucé para llegar al Kleine Grünhornlücke. La cresta comenzó con roca bastante mala, pero más arriba se solidificó, ofreciendo algunas escaladas muy estéticas con una estrecha y larga cresta hasta el Hinter Fiescherhorn. Allí es donde vi a las primeras personas, si exceptuamos a los guardas del refugio, desde que había dejado atrás el paso de Grimsel. Rápidamente crucé hasta Gross y tomé la cresta norte descendiendo hacia la larga meseta glaciar hasta llegar a Monchhute, donde, después de 2 días de soledad, ver a tanta gente fue una especie de shock. Allí comí algo y seguidamente subí y bajé el Mönch, una montaña bastante transitada con algunos bonitos trepados en roca y una estrecha cresta nevada con magníficas vistas de todos los Alpes berneses. Cruzar el Jungfraujoch fue bastante chocante con (literalmente) miles de personas en el glaciar y en el centro comercial en que se ha convertido la estación. Tras una dura navegación por los túneles comerciales, por fin encontré la salida al glaciar Jungfrau y abandoné el ruido para adentrarme de nuevo en la tranquilidad de las montañas durante el resto del día. Había muchas pistas en el glaciar Jungfrau, pero a última hora de la tarde la nieve estaba muy blanda. Las vistas desde la cima eran increíbles, con los verdes valles del norte; Interlaken, Grindelwald... me vinieron muchos recuerdos de las 2 veces que había estado allí anteriormente, en 2007 para una copa de Europa de skimo en Grindelwald y en 2015 cuando me uní a Ueli Steck para escalar la cara norte del Eiger.

Bajé hasta el glaciar Jungfraufirn, donde se observaban grandes grietas y puentes para navegar para mantenerme a salvo, y luego un largo descenso por el glaciar hasta Konkordia, donde tomé el camino a la derecha hacia la cara norte del Aletschhorn. El plan era escalar el espolón norte y la cresta NE, pero al recorrer el glaciar hasta sus pies empezó a llover copiosamente. Iba a oscurecer pronto y el largo espolón estaba recibiendo mucha lluvia que mojaba la roca, además, yo estaba completamente empapado y no me apetecía que las bajas temperaturas de la noche fueran tan húmedas. Así que decidí cambiar de planes y bajar por su cara sur, con la esperanza de que dejara de llover y de que la cresta SE o la ruta normal estuvieran un poco más secas. La salida del glaciar Aletsch fue increíblemente larga. Y no pude cruzar el glaciar siguiendo una línea tan recta como había pensado que haría, ya que me encontré con algunas grietas grandes. Al menos la luna creciente ofrecía una vista increíble. Primero pensé en quedarme en la margen derecha del glaciar para subir por la cresta NE, pero por la noche no pude encontrar una forma fácil de salir del glaciar y, en vez de gastar tiempo y energía buscando un camino desde allí, decidí seguir avanzando para bajar hasta el final del glaciar y poder tomar la ruta normal de subida. Eso añadió mucha distancia, pero afortunadamente la lluvia paró, y con todo este movimiento, incluso durante la noche mi ropa se secó un poco y no sentí tanto frío.

La ruta normal hacia Alesch es un largo camino. Después, una larga subida por los campos y un largo camino de terrazas hacia arriba y abajo, donde me encontré con algunas ovejas salvajes y domésticas en la oscuridad, me llevaron hasta el refugio de Oberaletsch, donde llegué bastante somnoliento y cansado, así que entré en la habitación de las botas, me tumbé en el suelo y puse una alarma de 10 minutos. El guarda, que acababa de servir los desayunos para los escaladores, me vio y me ofreció una cama, aunque esos 10 minutos me parecieron suficientes, pero acepté de buena gana el desayuno. Desde el refugio, largos caminos hasta el glaciar y una larga morrena para iniciar el ascenso. Pude ver muchas luces delante de mí y en poco tiempo, a pesar de sentirme muy cansado y lento, las alcancé. La subida es muy bonita y variada. Primero, un extraño cruce sobre morrenas y espolones de arena para entrar en un espolón de fácil trepada, una corta y empinada sección glaciar y una larga trepada en un espolón hasta la cumbre. Llegué a la cumbre justo después del amanecer y disfruté profundamente del cálido contacto del sol en mi piel. Podía ver justo debajo de mí, en el norte, el lugar donde estuve 12 horas antes bajo la lluvia. Fue un largo desvío, pero con esas condiciones creo que tomé la decisión correcta.

La bajada fue larguísima. Bajar todo ese recorrido fue casi tan lento como subir, pero después de un poco de tarta y bebida en el refugio, me sentí con un poco más de energía y pude bajar corriendo rápidamente hasta Bealp. Unos kilómetros antes, me encontré con Emelie y corrimos juntos hasta el pueblo donde Maj e Ylva Li, nuestras hijas, nos esperaban con el equipo.

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Comí un poco —mucho, en realidad— y cogí la bici para dar una pequeña vuelta por el valle y subir hasta Saas-Grund acompañado por Jordi Lorenzo. Emelie y las chicas estaban alojadas en Saas-Grund desde que se celebró la carrera de Sierre-Zinal y fue agradable pasar un rato junto a ellas antes de salir temprano a la mañana siguiente. Al día siguiente ellas volvían a casa.

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Etapa 3: Saas-Grund

Matheo Jacquemoud se unió a mí a primera hora de la mañana y empezamos a subir hacia el Weissmieshute acompañados por Nick Danielsson, uno de los cámaras que se ocupaba de la filmación del proyecto. Llevaba mucho tiempo sin estar con Matheo, pero habíamos compartido muchos momentos juntos. Desde la travesía de Aravis, Mont Blanc, corriendo juntos la Pierra Menta, Rutor... Así que fue agradable estar juntos en las montañas después de tanto tiempo sin vernos. Pudimos ponernos al día sobre nuestras familias, sobre su trabajo en ENSA o con los atletas y sobre la vida en general. Cuando llegamos a Weissmieshute y vimos que el tiempo no acompañaba, decidimos ir primero a Weissmies. El sol salió justo cuando empezamos a cruzar el glaciar. Nick nos esperó allí y en poco tiempo pasamos el nutrido grupo de personas que subía por encima de nosotros y llegamos a la cumbre. Allí me tomé un bocadillo mientras Matheo preparaba su ala. Bajó en parapente rápidamente disfrutando de unas condiciones perfectas, mientras yo corría hacia abajo por el glaciar para alcanzarle en el fondo. Subimos a Lagginjoch y a la cresta sur del Lagginhorn, una cresta fácil pero muy bonita y larga que ofrece unas vistas impresionantes de las montañas del Valais por un lado y de la meseta italiana por el otro. La ruta normal del Lagginhorn es una de las más fáciles para escalar un pico de 4000 metros. Un terreno todo seco y con sendero, así que la bajada fue una carrera fácil. De vuelta a Saas-Grund, cogí la bici para recorrer un par de kilómetros hasta Saas-Fee. Este día, con sólo 8 horas de actividad me pareció un día de descanso y pude ver cómo me recuperaba de los esfuerzos del día anterior.

Actividad en Strava

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Etapa 4: Valais

La previsión del tiempo anunciaba nevadas para el día siguiente, así que estuve sopesando tomarme un día de descanso, pero finalmente decidí subir para ver cuánta nieve caía. Tras un largo sueño, salí con las primeras luces del día hacia el refugio de Mischabel, un bonito refugio de montaña. El ascenso es bastante directo, así que en poco tiempo ya me encontraba en el glaciar. Lo crucé y subí por la cresta hasta el Nadelhorn. Durante la noche y la mañana siguiente cayeron unos 15 cm de nieve. Me sentía como en casa, en Noruega. Algo de viento, algo de nieve, crestas rocosas y esa sensación de que cuando ves un centímetro de color azul en el cielo ¡puedes decir que es un día soleado! Bajé por la cresta del Nadelgrat hasta el Dirruhorn, y como había mucha caída de rocas en los corredores, decidí volver a subir al Nadelhorn para estar seguro. En el camino hacia Mischabel hute, me encontré con Ed Albrighi, un guía de montaña y skyrunner que me invitó a tomar un chocolate caliente en el refugio antes de bajar juntos hasta Saas Fee.

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A la mañana siguiente, Matheo volvió y empezamos a subir por el mismo camino que habíamos recorrido el día anterior hasta Mischabelhute. Desde allí subimos por la cresta NE hasta Lenzspitze. Con la nieve fresca y la roca resbaladiza, la subida se hacía un poco delicada, pero la roca era muy sólida y los movimientos eran geniales, como un baile sobre el granito naranja. Esperábamos ver el sol, pero no se decidió a aparecer, y una niebla profunda nos envolvió mientras subíamos hacia Dom. Abriendo una pista algo profunda en el glaciar y en estas condiciones, parecía que el día iba a ser muy largo. Desde Dom, la cresta hasta el Taschhorn es larga, la roca es muy pobre al principio y la nieve cubría la mayor parte de la ruta, así que decidimos poner la cuerda. Es un terreno fácil, pero muy expuesto. Nos acordamos de Patrick Berhault, que perdió la vida allí en una cornisa al intentar realizar esta visión. Cuando el viento abrió un poco la niebla, pudimos disfrutar de unas vistas majestuosas, como de otro mundo, con torres de roca negra y nubes que escapaban de ellas.

Una vez superado el punto más bajo de la cresta, subiendo hacia el Taschhorn, la roca se vuelve mucho mejor y ofrece algunas escaladas muy estéticas en una cresta estrecha. Es una de las mejores subidas de la travesía.

El camino hacia abajo es una cresta fácil hasta Mischabeljoch, y una subida fácil hasta Alphubel, donde finalmente nos encontramos con el sol, y con Genis Zapater, que estaba con su amigo Bryce. Fuimos juntos hasta el Allalihorn y allí bajaron Bryce y Matheo. Matheo volando en su planeador y Bryce con David y Joel, que estaban allí para filmarnos. Continué con Genis bajando hacia el Allalinpass recorriendo una cresta de roca bastante mala. Allí dejamos parte del equipamiento e hicimos un recorrido de ida y vuelta hasta el Rimpfischhorn. La noche nos sorprendió cuando empezamos la escalada en roca. Genis esperó allí y yo subí en la oscuridad. Roca negra sólida —por una vez— Cielo rojo, mostrando las siluetas de las montañas en el norte —las pirámides del Matterhorn, el Zinalrothorn y el Weisshorn— y la luna llena elevándose al sur sobre la meseta italiana.

De vuelta al Allalinpass, bajamos hacia el norte por el glaciar para contornear el Rimpfischorn y subir hasta el Adlerpass, donde Genis esperó mientras yo hacía un rápido ascenso al Strahlhorn con la luz de la luna llena. A continuación, descendimos al glaciar Adler, al glaciar Findel y al glaciar Gorner en dirección al Monterossahute. Bajando en ese último glaciar, tropecé con mis crampones y caí en el hielo. La superficie sobre la que caí era hielo negro plano y duro, y con las cosas que llevaba en el bolsillo del pecho (la GoPro y un rastreador gps) me lesioné una costilla. No sabía si estaba rota o simplemente fracturada, pero no era la primera vez que me pasaba, así que no me preocupaba mucho la necesidad de parar, aunque sabía que durante las dos semanas siguientes me dolería muchísimo al dormir, al hacer algunos movimientos de largo alcance con el brazo izquierdo y al toser. Teníamos alguna información de que podíamos cruzar el glaciar a bastante altura para tomar una especie de vía ferrata y poder entrar en el refugio desde arriba, pero en la oscuridad de la noche no pudimos encontrarla, así que terminamos haciendo el bucle en la morrena y tomando el sendero panorámico hasta el refugio, donde Joan y Andreu nos esperaban con algo de comida.

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Después de un par de horas de sueño, tomé un buen desayuno, y, con la salida del sol, partí hacia el Monte Rosa. Me equivoqué bastante con mis expectativas para el día. Me esperaba un día con muchas pistas que hicieran fácil correr por los glaciares, pero pronto la realidad me mostró lo equivocado que estaba. Arriba, en Nordend, sólo había un par de personas, que pasé pronto, y desde allí todo era pista abierta. Lo mismo sucedió en la travesía desde Duforpitze hasta Zumteinspitze. En Capana Margherita me detuve a comer y beber algo. Después de un par de días sin ver a nadie, aquí había mucha gente en las cumbres. El fácil acceso y la baja tecnicidad de esas cumbres hacen que la zona sea bastante popular. La ruta que seguí ese día se conoce como la ruta de los Espaguetis, por su forma, que parte del refugio del Monte Rosa y conecta las 18 cumbres de más de 4.000 metros hasta el Breithorn. La mayoría son muy fáciles, simplemente se atraviesan corriendo por el glaciar hacia arriba y hacia abajo. Ese día hizo mucho calor y la nieve se derritió rápidamente, lo que hizo que la progresión fuera bastante lenta y que se abrieran algunos agujeros bajo mis pies.

Cuando estaba haciendo la travesía de Lyskamm, una cresta de nieve muy estética y estrecha, recibí una llamada de la policía noruega. Lo primero que pensé es que les había pasado algo a Emelie o a las chicas, pero la tensión bajó un poco cuando me dijeron que se trataba de mi coche, que estaba aparcado en una zona en la que iban a empezar unas obras y que era necesario retirarlo. Después de realizar algunas llamadas y de dejarle varias llamadas perdidas al gestor del parking, mientras iba corriendo por la cresta de un lado a otro intentando encontrar una buena cobertura para encontrar una solución, el gestor se dio cuenta de que mi coche se podía abrir y arrancar a través de una app, así que allí estaba yo en la cresta, intentando encontrar una zona con buena cobertura para poder abrir y arrancar desde allí mi coche aparcado en Noruega y permitir que el operario pudiera conducirlo y aparcarlo en otro lugar.

Después, crucé Castore, acordándome de las múltiples veces que había estado allí entrenando o compitiendo en Mezzalama. Desde el Pólux me dirigí hacia la travesía de Breithorn. En ese momento estaba muy sediento, hambriento y cansado. Al pasar por Bivacco Rosi, una pareja de alpinistas que estaban cenando vieron mi estado y me invitaron a comer unas zanahorias hervidas y un poco de agua que me sentaron estupendamente. Continué con la travesía con las últimas luces del día pintándolo todo de color naranja. En esa zona hay algunas buenas escaladas, nunca demasiado duras, pero bastante chulas y en buena roca. El descenso era algo más complicado y requería un poco más de esfuerzo para encontrar la mejor manera de hacerlo sin tener que rapelar. Cuando se hizo de noche, llegué a la cumbre oeste del Breithorn, el primer pico de 4.000 metros que escalé cuando tenía 6 años con mi hermana y mis padres.

Corrí por las pistas de esquí de Zermatt hasta el lago Theodulses y luego crucé hasta el refugio de Hornli. Era un largo camino para el estado de cansancio en el que me encontraba. Por suerte, en el refugio, Aina y mi madre aún estaban despiertas y pude disfrutar de algo bueno de comer antes de dormir un par de horas.

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Me desperté antes del amanecer y, después de un buen desayuno, emprendí el ascenso al Matterhorn. Empecé despacio, pero pronto me sentí bien y llegué rápido a la cumbre. Las condiciones eran estupendas, no había demasiada nieve y, como de costumbre, pistas amplias, pero la mañana se había puesto ventosa. Pensé que sería una mañana ajetreada en la montaña, pero me llevé una grata sorpresa al cruzarme con “sólo” una docena de equipos. En la cumbre, pensé en lo genial que habría sido contar con las piernas frescas que tenía por la misma fecha 11 años antes. El descenso de la cresta Leone estaba casi totalmente seco y fue rápido. En el refugio de Carrel, los Guías de Cervinia me ofrecieron algo de comida y continué contorneando la Testa del Leone para iniciar la larga cresta hacia Dent d'Herens. En 2017 subí esta cresta junto a François Cazzanelli. En esa ocasión, conectamos las Grandes y las Pettites Murailles y tenía algunos recuerdos de la ruta, nunca demasiado técnica, pero sí con alguna escalada en roca muy pobre. La subida fue bien, ofrece una gran escalada y es una larga cresta con múltiples gendarmes, todos ellos con diferentes características de roca y formaciones que hacen que la ruta sea muy variada. Me sorprendió ver algunas huellas de pies de vez en cuando mientras proseguía por la ruta. No es una ruta muy común para escalar. Después me enteré de que era la tercera persona o equipo en escalarlo ese año, justo después de Rolf Zurbrugg y su cliente. Conozco a Rolf de cuando era entrenador del equipo suizo de skimo y fue un placer encontrarme con él allí en el Rifugio Aosta después de la subida. Charlamos un rato sobre los viejos y los nuevos tiempos mientras disfrutamos de algo de comida, y después salí en dirección al Cole della Divisione antes de que fuera demasiado tarde. Antes del paso, me encontré con Genis y Bryce, que vinieron a unirse a mí para la travesía glaciar de la montaña Tête Blanche. La última vez que hice este cruce del glaciar, allá por 2015, también fue a última hora de la tarde en un día muy caluroso. La nieve estaba blanda y tardé horas en cruzarla, estando a punto de caer en algunas grietas y “nadando” sobre ellas para poner menos peso y evitar que los puentes de nieve se derrumbaran. Esta vez fue mucho mejor. La nieve estaba dura y la progresión fue rápida. Disfrutamos de otra gran puesta de sol cuando llegamos a Cabanne de la Dent Blanche justo para cenar, donde el guarda, George, había preparado un delicioso risotto con setas y parmesano. Después de cenar con Matheo, que había subido con su amiga Noa hasta el refugio, y con Genis, continuamos hasta la cumbre de Dent Blanche. Esa cresta es realmente bella. Roca sólida perfecta, alguna escalada bonita, pero nunca dura. Había hecho esa ruta varias veces, con Emelie y en solitario, pero esta vez me sorprendió la poca nieve —en realidad, ninguna— que había en la cresta. La luna llena ayudó a ver mejor la ruta, y además ofrecía una increíble vista nocturna de todas las montañas del Valais.

Descendimos por la misma ruta y Noa regresó al refugio mientras que Matheo, Genis y yo seguimos bajando por un empinado espolón hacia el glaciar Schonbiel, cruzando seguidamente de madrugada hasta el Schonbielhute, donde Joan y Andreu nos habían preparado unos bocadillos.

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Dormimos una hora y Matheo y yo seguimos corriendo valle abajo hasta llegar a Arbenbiwak. Las vistas eran asombrosas. El sol estaba saliendo e iluminaba la cara norte del Matterhorn, justo a nuestras espaldas. Nos encontramos con un par de bouquetins, los parientes alpinos de nuestras cabras montesas, y vimos a algunas personas en la cresta por encima de nosotros. La cresta del Arbengrat en Ober Gabelhorn es una de las crestas clásicas de los Alpes cuya es fama más que merecida. Roca naranja perfecta en su mayor parte, una escalada fácil sostenida con un ambiente increíble durante bastante tiempo hasta la cumbre, una pequeña pirámide. Comimos algo en la cima mientras disfrutábamos de las vistas antes de empezar el descenso por la cresta norte, primero con algo de roca escarpada y luego con un poco de nieve y hielo hasta el Wellenkuppe. La travesía en esa zona es en sí misma una ruta muy completa, con mucha variación entre escalada en roca y en nieve.

En el Rothornhutte, Matheo bajó a Zermatt y yo continué hacia el Zinalrothorn, otra gran ruta de roca muy similar a Arbengrat con algunas bonitas escaladas hasta la estrecha cima. La pendiente en el norte ofrece igualmente algunas escaladas agradables. Fue una agradable sorpresa encontrarme allí con una cara conocida, Bjørn Kruse, un guía de montaña de Romsdal con el que había estado esquiando, escalando y escribiendo un libro de esquí extremo desde nuestras montañas natales.

Cuando llegué a L'Epaule empecé a fijarme en la hora. La cresta desde allí hasta Weisshorn es muy larga y no es fácil. En 2015 hice este recorrido en sentido contrario, y recordaba varios rápeles, alguna bajada técnica y un gendarme completo de roca que se desplomó a los pocos minutos de bajarlo nosotros. Vi que me quedaban unas 5 horas para la puesta de sol y quería estar por encima de las dificultades en la cresta sur del Weisshorn cuando llegara la noche. Primero están las 2 cumbres del Morming, nunca demasiado duras, pero con una roca muy pobre y bastante aéreas. Después, una empinada subida en hielo hasta el Schalihorn, seguida de una larga cresta con múltiples gendarmes hasta Schalijoch, donde hay un pequeño refugio vivac. Me sentía bien, tal vez por la adrenalina, pero en poco tiempo llegué al vivac y en cierto modo me sentí aliviado por disponer de un par de horas para escalar la cresta sur antes de que cayera la noche. En el vivac había un equipo procedente de Alemania cocinando y preparándose para escalar al día siguiente. Intercambiamos algunas palabras, pero, sin perder mucho tiempo, comencé a escalar aquella magnífica cresta.

El Weisshorn es una de mis montañas favoritas de los Alpes. No hay un camino muy fácil hasta la cumbre y, aunque está eclipsado por su vecino el Cervino, su forma es una pirámide perfecta con largas crestas en todos los lados. La cresta sur es una larga subida, de casi 800 metros de cresta en roca muy sólida. No es muy sostenido, pero tiene algunas pendientes que exigen una escalada real. Lo que viví allí, permanecerá conmigo toda mi vida. Me sentía sin esfuerzo, como fluyendo en una nube mientras ascendía por la cresta. El sol poniéndose por el oeste y las nubes por el este me regalaron un espectro roto que me siguió durante toda la subida, replicando todos mis movimientos en el cielo. Hubo un momento en que no sabía si estaba allí de verdad o si aquello era un sueño.

Llegué a la cumbre antes de que se fuera el sol y, tras disfrutar de una de las puestas de sol más locas que he visto nunca, empecé a descender por la cresta norte. Esa cresta no es ninguna broma. Aunque es mucho más corta que la cresta sur, implica varios gendarmes, alguna estrecha cresta de hielo y varias escaladas empinadas en roca. Como empezaba a sentirme cansado —había estado subiendo durante más de 40 horas con muy pocas horas de sueño— decidí descender en rápel por el gendarme más empinado en lugar de bajar por la cresta. En ocasiones pasadas, siempre había bajado y seguido la cresta, pero sabía que era posible descender en rápel y atravesar algunos salientes bajo la cresta. Fue una mala decisión. Puede que con la oscuridad de la noche no encontrara el mejor camino, o puede que esos salientes estuvieran en una roca muy muy pobre. El caso es que tuve que poner toda mi atención para no hacer que toda la montaña se derrumbara conmigo. Tras haber transcurrido unas cuantas horas allí en las que tuve que prestar mucha atención, por fin pude relajarme para subir al Bishorn y bajar hasta Cabane Tracuit, donde los guardas me habían preparado una buena comida caliente. Después de comer un poco, bajé con Nick, que había venido a filmar allí, hasta Zinal. Una semana después de terminar la carrera, volví allí, mucho más lento y cansado, pero muy contento de haber completado la couronne del Valais.

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Etapa 5: Grand Combin

Después de un largo sueño —y es que, a esas alturas, dormir 5 horas ya me parecía dormir más de la cuenta—cogí la bici y bajé por la ruta que tantas veces había recorrido en autobús para coger la salida de la Sierre Zinal. Luego pedaleé a velocidad de tortuga hasta Martigny y empecé a sentirme con más energía pedaleando hasta Bourg St. Piere, donde me reuní con mi equipo y recuperé algo de energía con un buen almuerzo mientras esperaba a Alan Tissieres.

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Conocía a Alan de sus primeros años en el skimo. Era uno de los atletas jóvenes que más talento tenía y juntos pasamos grandes momentos, sobre todo de celebración en las fiestas que tenían lugar después de las carreras. Esa mañana Alan estaba guiando en el Dent Blanche, pero de todos modos decidió venir conmigo a escalar “su” montaña, el Grand Combin, ya que nació allí y ha vivido a sus pies desde entonces. Hacía más de 10 años que no nos veíamos y ahora trabaja como guía de montaña, lejos de las competiciones pero todavía en plena forma. Me sentí bien después del largo sueño y el paseo fácil y llegamos rápidamente a Cabane de Valsorey, donde la prima de Alan, la guarda, nos ofreció algo de beber. Después de comentar con ella por qué no llevábamos casco —Alan llegó a la conclusión de que si se producía una caída de rocas, el casco no habría servido de mucho— continuamos hasta el collado donde empieza la cresta Meitin. Más que una cresta, la ruta es un recorrido en zig zag en una gran pared rocosa con roca bastante sólida si no pierdes el camino, pero muy pobre si te sales de él, y creedme, es bastante fácil perder el camino allí. La subida en sí no es sostenida en absoluto, hay mucho paseo o trepada fácil seguida de algunos metros de algo de escalada, y así se desarrolla durante unos 500 metros. Pudimos disfrutar —sí, una vez más— de una increíble puesta de sol mientras llegábamos al primer Combin, el Combin de Valsorey. En el oeste, el sol se ocultaba tras el macizo del Mont Blanc, y en el sur, una tormenta iluminaba la meseta italiana. En la cumbre sacamos la cuerda y las linternas frontales y seguimos la cresta nevada hasta el Grand Combin, el Aiguille du croissant y el Combin de Tsessette, antes de volver cortando por debajo del Grand Combin hasta la primera cumbre y bajar por la cresta de vuelta al refugio, donde Alan sacó un par de porciones de tarta y disfrutamos comiéndolas en el silencio de una noche estrellada.

Alan se quedó a dormir allí y yo seguí bajando hasta el pueblo, no sin que me animaran los guardas, que dormían fuera del refugio bajo las estrellas.

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A la mañana siguiente, cogí mi bicicleta y me dirigí al siguiente valle. Allí, Jules-Henri Gabioud estaba haciendo su último entrenamiento antes de correr la PTL durante el fin de semana, y cuando me adelantó, me uní a él en el último kilómetro hasta la Foully. Me dijo que era mejor tomar el petit col Ferret para cruzar a Italia en lugar del grand col, ya que este último estaría lleno de corredores, así que después de desearle todo lo mejor para su carrera, dejé la bici y subí/corrí hasta el paso y bajé al lado italiano del Val Ferret hasta el Camping Jorasses, donde el equipo me estaba esperando.

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En el camping, después de comer y descansar un poco, volví a comprobar la previsión meteorológica. Se anunciaba tormenta y nieve para el día siguiente. Como la siguiente etapa iba a ser bastante dura, tanto física como técnicamente, y siendo consciente de que empezar con un día de mal tiempo podría comprometer la viabilidad de las subidas, decidí tomarme un día de descanso y empezar a medianoche después de un descanso de calidad.

Etapa 6: Mont Blanc

Michel Lane, un viejo amigo que trabaja en el PGHM (Pelotón de Gendarmería en Alta Montaña) y con quien compartimos equipo y carreras de trail running durante mucho tiempo, vino con un amigo del PGHM, Bastien, para unirse a la jornada. Matheo también vino, y después de medianoche los 4 empezamos a subir desde Val Ferret hacia el Rifugio Boccalatte. Nos movíamos bastante rápido, sin forzar pero sin parar. Antes del amanecer ya habíamos alcanzado la cumbre de Pointe Walker en perfectas condiciones de nieve dura. Era una noche clara y bastante fría, así que no nos detuvimos mucho y continuamos hacia el oeste atravesando las Grandes Jorasses. Había hecho esta travesía en el pasado en la dirección opuesta y pensé que de este a oeste no sería tan agradable, pero me sorprendió lo lógica y agradable que me pareció. No había tantos rápeles (sólo después de Pointe Young) y el ascenso de los gendarmes en esta dirección ofrecía algunas bonitas escaladas en buena roca. Las vistas y la estética de esta cresta son únicas. La historia de las escaladas en la cara norte de las Jorasses es algo que tienes muy presente cuando estás allí arriba. Era un día bastante frío, así que nos mantuvimos en movimiento todo el tiempo y nos alegramos mucho cuando sentimos la caricia del sol al llegar al poine Young. Los cuatro continuamos a buen ritmo hasta Rochefort, donde nos encontramos con Noa, y con él y Matheo subimos al Dent du Geant mientras Mitch y Bastien iban directamente al refugio Torino. Dent du Geant es una hermosa aguja en el horizonte de la cordillera del Mont Blanc. Una cumbre única que ofrece algunos de los mejores granitos que uno pueda imaginar. A pesar de la cantidad de riscos que hay en la pared, la presencia de varias cuerdas fijas destruye un poco la sensación de montañismo que se tiene allí. De todos modos, no tardamos mucho en llegar a la cumbre y reunirnos con nuestros amigos en el refugio Torino para tomar algo. Desde allí llamamos a Tom Lafaille, que había bajado por la Mer de Glace una semana antes, para preguntarle acerca de las condiciones para cruzar el glaciar. Mientras Mitch, Bastien, Matheo y Noa se quedaron en el refugio Torino, yo bajé por el Vallée Blanche hacia el Refuge du Requin, no sin cierta navegación por grietas para salir del glaciar, y luego subí hasta el refuge du Couvercle.

Llegué allí bastante “temprano”, así que tuve tiempo de descansar un poco y disfrutar por una vez de la cena con los demás escaladores y guardas.

Fue una gran sorpresa ver allí a Simon Elias. Junto a él escalé el Colton McIntyre en la cara norte de las Jorasses en 2015. Ahora compagina su trabajo de guía de montaña con la búsqueda de cristales de roca en las montañas, una actividad que le lleva hasta las paredes con más rocas podridas de la cordillera, que son precisamente en lugar donde se forman estos preciosos cristales. Básicamente, esa es la razón por la que pasa el verano en este refugio. Hablamos un poco acerca de las condiciones y, dado que éstas eran muy malas —“Todo se está derrumbando allí arriba”, dijo—, sobre cuál podría ser la mejor ruta para minimizar los riesgos.

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Me desperté a las 4, y después de desayunar empecé a caminar desde el refugio contorneando la Aiguille du Moine. Físicamente me sentía bien, pero mi cuerpo estaba cansado. Sabía que los riesgos que correría ese día serían elevados. Tenía un poco la sensación de ir al matadero. Crucé el bergschrund con las primeras luces del día y comencé a subir la arête du Moine hacia la Aiguille Verte. La arête que recordaba ya no existía. Los múltiples desprendimientos y derrumbes de rocas habían cambiado su forma y se había convertido en una ruta bastante inestable. A mitad de camino encontré el four de Simon, el lugar en el que guarda algunas herramientas y material. Parecía que se derrumbaría cualquier día. Continué hasta la cumbre de la Aiguille Verte. Había estado allí unas cuantas veces antes, todas ellas en invierno con mis esquís, y debo admitir que es una cumbre mucho más bonita en invierno, cuando la nieve y el hielo lo mantienen todo unido. La cumbre de Verte es espectacular. Un poco retirada de la cordillera principal, ofrece una perspectiva única, con la cara norte de las Jorasses al frente, el bajo del Argentière a un lado y la Mer de Glace con las Aiguilles de Chamonix y el Mont Blanc al otro. No hay rutas muy fáciles hasta la cumbre, por eso el legendario alpinista Gaston Rébuffat decía «Avant la Verte on est alpiniste, à la Verte on devient Montagnard».

Desde la cumbre, una estrecha cresta de nieve me condujo hasta la cumbre de la Grande Rocheuse. Desde allí, el descenso y la subida a la Aiguille du Jardin empezaron a mostrar lo que sería la tónica del día. Si se permanecía en la misma cresta, la roca de alguna manera estaba bien, pero cuando era necesario ir a un lado o al otro, la sensación era parecida a jugar a Jenga con las rocas. La Aiguille du Jardin es una torre muy bonita y las vistas son bastante increíbles, pero mi mente estaba enfocada en lo que se avecinaba. Probablemente era el último lugar desde el que podía decidirme a dar la vuelta y bajar de algún modo seguro. Decidí continuar. El descenso a partir de ahí no me gustó. Hice algunos rápeles en “bequets” pobres y viejas eslingas. Una gran parte de la pared que recorrí en rápel se había derrumbado hacía poco tiempo. Desde donde estaba haciendo rápel, podía ver el permafrost expuesto al sol, conservando por ahora los grandes bloques, del tamaño de un coche. Intenté ir lo más rápido posible, rapelando y bajando, para evitar todo lo que pudiera permanecer expuesto a eso. Un poco más a mi derecha, de vez en cuando, algunos grandes bloques de roca se derrumbaban arrastrando consigo grandes avalanchas de rocas.

Pasado un tiempo, en el que creo que me crecieron algunos pelos blancos, llegué al Col de la Verte. Allí, la solidez de las rocas no era mejor, pero al menos estaba en la cresta, así que no podían caerme cosas desde encima. El terreno aquí era básicamente arena. Arena que se mantenía compacta por el momento. Descendí hacia el sur para contornear algunas agujas y subir de nuevo a la cresta tan rápido como pude. A partir de ahí, empezaron las crestas de las Droites. No muy técnicas al principio, pero con algunos movimientos duros más arriba, cuando se permanece justo en la cresta para evitar subir por los lados. En un momento dado, al cruzar una escalada de gendarmes en la cara norte, todas las rocas a las que estaba agarrado con los pies y con una mano se desplomaron y cayeron unos cientos de metros hasta el glaciar de Argentière. Me quedé colgado de una mano. Con la esperanza de que la roca que me sostenía aguantara en la pared un poco más.

No soy una persona que se estrese mucho en general. Creo que eso es una ventaja en la mayoría de las ocasiones cuando corro o hago proyectos de ese tipo en los que la concentración y la capacidad de mantenerse en calma todo el tiempo son claves, pero esa fue una de las pocas veces que he sentido un nudo en el estómago durante horas. La verdad es que no sabía si iba a resistir.

Cuando llegué a la cima de las Droites no disfruté mucho y enseguida me puse a buscar el mejor camino hacia abajo. El col des Droites parecía estar con nieve, lo que lo hacía el camino más seguro, pero para llegar hasta allí, el corredor era una hondonada. Decidí descender el espolón e intentar cruzar hacia los campos de nieve desde el Col des Droites cuando viera una oportunidad. La bajada era bastante aceptable si permanecía en el borde, y después de unos cientos de metros encontré una posible travesía para cruzar esa hondonada y llegar a la nieve. Me sentí seguro por primera vez en horas. Sentí que ese día no iba a morir. Mientras bajaba y volvía hacia el refugio de Couvercle, no me sentía ni feliz ni triste. Fue una sensación extraña, no sentirme bien conmigo mismo ni con la decisión que tomé de continuar ese día. Quiero decir que las pequeñas decisiones sobre dónde rapelar, por dónde pasar, cómo descender o cómo protegerme habían sido buenas y eso fue lo que me mantuvo con vida, pero la decisión que tomé de seguir adelante cuando estaba en la primera cumbre fue algo de lo que no estaba orgulloso.

Llegué a la cabaña agotado mentalmente. Hablé un poco con el guarda y comí algo. Luego continué bajando hasta la Mer de Glace y subí siguiendo mis huellas del día anterior hacia el refugio Torino. Al entrar en el glaciar después de Requin, comenzó a llover.

Llegué al refugio Torino de madrugada. Allí estaban Jordi Tosas, un buen amigo que hacía de guía, Matheo y Noa, además de Aina y mi madre. Disfruté de una copiosa cera y dormí bien, tratando de despejar la mente.

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Al día siguiente, Jordi se unió a nosotros durante unos minutos antes de volver corriendo con sus clientes al refugio. Matheo y yo continuamos en silencio cruzando el glaciar alrededor del Grand Capucin en la oscuridad. Al doblar la esquina vimos la linterna frontal de Noa, que partió un poco antes que nosotros para poder filmarnos. El bergschrund para subir al Col du Diable era bastante empinado. Hicimos un pedal con un tornillo de hielo y una eslinga y nos pasamos un segundo piolet para subir los empinados 5 metros de hielo. Después, continuamos el recorrido sobre una roca bastante pobre —parecía mármol comparada con la roca del día anterior— hasta el Col. Allí el sol comenzó a elevarse regalándonos un espectáculo impresionante de colores y vistas. Mientras Matheo empezaba el ascenso hacia pointe Chaubert, yo hice un rápido ida y vuelta al Corne du Diable y luego subimos los 3 juntos esta magnífica cresta. La escalada allí es real, una roca estupenda —el famoso granito naranja de Chamoniard— y cada uno de los gendarmes ofreciendo algunos movimientos atléticos y unos peñascos perfectos para escalar. Sin duda, una de las mejores escaladas en roca que se pueden hacer en la zona, por la calidad de la roca, la belleza de los movimientos y las increíbles vistas y sus alrededores. Disfruté mucho de ese ascenso y, aunque avanzamos deprisa, nos tomamos el tiempo necesario para saborearlo. 6 horas después de salir del refugio, llegamos al Mont Blanc du Tacul, donde nos encontramos con David y Nick, que se desplazaron hasta allí para filmarnos. Charlamos un poco y seguimos hacia el Mont Maudit. Ese día no había mucha gente en la montaña, sólo un par de equipos que se dirigían hacia el Mont Blanc. Nos quedamos solos en la cumbre del Mont Blanc, donde dejé la cuerda y algo de ropa de abrigo que podría necesitar para la segunda parte del día, y bajamos por la ruta normal hasta el Dome du Gouter y luego hacia la Aiguille de Bionnassay.

He recorrido esta cumbre varias veces en el pasado y siempre la recuerdo porque es una cresta estrecha de nieve perfecta. Esta vez me sorprendió ver que en la cresta ya se apreciaban algunos tramos largos de roca. Sin embargo, sigue siendo una de las crestas más estéticas que uno pueda imaginar. Matheo y Noa siguieron bajando desde allí mientras yo daba la vuelta para volver a subir al Mont Blanc. Es un ascenso largo, casi un kilómetro en vertical, pero me sentí bastante bien y no me costó mucho volver a la cima de los Alpes.

Volví a recoger la cuerda y la ropa y empecé a bajar por la cara sur de la montaña. Había algunas huellas antiguas que me daban esperanzas de encontrar alguna pista más abajo para cruzar los glaciares. Cuando empecé a bajar por la cresta del Brouillard, me encontré con un equipo de escaladores que estaban terminando la cresta integral du Brouillard. Pregunté por las condiciones y parecía que estaba bastante seco, lo que para el descenso era perfecto. Poco después del Pico Luigi Amedeo, me quité los crampones. La cresta nunca es demasiado técnica pero tiene algunos escalones de hasta 4 grados de inclinación que al bajar pueden ser un poco delicados. Disfruté de una puesta de sol perfecta, con la cresta que quedaba expuesta al sol por una mitad y envuelta en la niebla por la otra, haciendo honor a su nombre. El tramo empinado hasta el Col Emile Rey transcurrió sin problemas. La mayor parte del recorrido destrepando, con un corto rápel. En el Col llegó la noche. Cogí mi linterna de cabeza y dejé mi mochila. Seguí la cresta bastante rápido hasta Punta Baretti y volví. A veces había bastante niebla, y por la noche utilicé la función de track back para no perder el camino de vuelta al collado. Allí, bajé por el corredor de nieve hasta el Glacier du Brouillard. Todo me pareció sorprendentemente fácil y tranquilo hasta este punto. Crucé el glaciar notando algunos desprendimientos de rocas de la cara del Brouillard y de la rama derecha del Col Emile Rey. Cuando empecé a subir hacia el Col d'Eccles, me encontré con una enorme grieta que ocupaba toda la longitud del glaciar. Miré un poco a mi alrededor, pero no encontré una forma fácil de cruzarla. ¡Mierda! Después de pensarlo un poco, volví para ver si era posible descender/rapelar el glaciar de Brouillard para contornear las rocas y subir al vivac de Eccles por su ruta normal, pero el glaciar estaba bastante podrido y no pude encontrar ningún camino razonable. Algo decepcionado, pensé que la única solución razonable sería volver a subir el Col Emile Rey, bajar por la integral del Brouillard hasta Val Veny y al día siguiente subir por la ruta normal, primero hasta Eccles y luego hasta Freney. Cuando crucé el glaciar de vuelta hacia el corredor de Emile Rey se produjo un gran desprendimiento de rocas desde la cima. No pude ver mucho más que las vistas de las rocas golpeando la pared y el enorme sonido producido por una montaña que caía sobre mí. Corrí para cubrirme lo mejor que pude en el glaciar abierto y unos segundos después vi en el haz de luz de mi linterna frontal rocas del tamaño de pelotas de baloncesto volando por los aires. Tras unos segundos de caos, el ruido se calmó y una densa nube de arena y polvo me cubrió durante los diez minutos siguientes. ¡Esta vez puedo decir que me salvé por los pelos! De ninguna manera iba a volver a subir allí, así que necesitaba encontrar una solución en esa grieta. Volví a cruzar de vuelta y encontré un puente de nieve en la grieta que podía llevarme hasta la otra pared de esta. Seguidamente escalé los 5 metros de pared con el piolet en una mano y utilizando un tornillo de hielo con la otra para progresar. Fue un ascenso lento, pero seguro. Después de buscar durante un rato, encontré un camino en la roca para subir al vivac de Eccles y entré en el refugio bastante agotado emocionalmente. Decidí que lo mejor era dar el día por terminado, descansar un poco y esperar a que hubiera algo de luz para ver desde dónde caían las rocas antes de continuar.

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Comí el resto de la comida que me quedaba y bebí el agua que todavía tenía. Me quité los zapatos y los calcetines mojados y me tapé con las 3 mantas que encontré. Dormí como un ángel. Me desperté 3 horas después y esperé a que se hiciera la luz. Salí del vivac y subí al Pic d'Eccles. El amanecer me ofreció una de las mejores vistas de las que he disfrutado nunca, con la luz naciendo desde el Col du Peuterey, entre las 2 cumbres que iba a subir, y detrás de ellas la Verte, las Droites, el Dent du Geant y las Jorasses, hasta donde había subido los días anteriores, se sentían lejanas. Hice un corto rápel hasta el paso con lo que me quedaba de cuerda —la cuerda había sufrido múltiples cortes en los últimos días debido a los desprendimientos en las Droites y en el Brouillard— y bajé por un corredor seco hasta el glaciar del Freney. El glaciar estaba en perfectas condiciones, con nieve dura y sin grietas transversales, así que en poco tiempo llegué al Col de Peuterey. Allí me dirigí primero hacia el Grand Pilier d'Ange, manteniendo bien la subida en la cresta derecha para evitar exponerme a la constante caída de rocas que seguía produciéndose en la parte central de la pared. La subida es un poco más técnica, pero mucho más segura. Pasado un poco de tiempo, llegué a la cima. Vi unos trozos de cuerda (muy) viejos y me los llevé, pensando que podrían serme útiles para los rápeles en Aiguille Blanche y bajé hasta el paso, dejando un trozo de cuerda para cruzar el bergschrund. Escalé la Aigulle Blanche, una de las cumbres más bonitas de la zona, y en la cima vi a un equipo que probablemente venía del sur haciendo la cresta de Peuterey. Me quedé un rato en la cima de la Blanche, disfrutando de las vistas y de la suerte que tenía de encontrarme allí, en un sitio tan hermoso, y haciendo lo que me gusta hacer. Luego subí/rapelé con las cuerdas cortas que tenía y crucé de vuelta al Col d'Eccles, al vivac y bajé hacia Monzino. En el refugio comí y bebí un poco, habían pasado más de 10 horas desde mi última gota de agua o bocado de comida. Y fui rápidamente hasta el Camping della Sorgente, donde Matteo Pellin y su familia me acogieron de la mejor manera posible.

Con todo el equipo reunido allí, tuve la sensación de que todas las dificultades del proyecto habían terminado. Que a partir de ahí, hacer las 3 últimas cumbres era sólo una cuestión de esfuerzo físico. Pude descansar bien, ducharme y comer abundantemente para regenerar el cuerpo y la mente.

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Etapa 7: Gran Paradiso

Justo al amanecer, Vivian Bruchez, que me introdujo en el esquí extremo hace más de una década y que ha estado realizando el increíble proyecto de recorrer esquiando la totalidad de los 82 cuatromiles de los Alpes durante las últimas décadas, y Matheo Jacquemoud se unieron a mí para dar un agradable paseo —social— en bicicleta hacia Pont. A mitad de camino se nos unió Henri Aymonod, un corredor de montaña joven y fuerte de Val di Rhemes, y seguimos charlando sobre la vida hasta que llegamos a Pont.

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Allí Viv se dio la vuelta —ha estado lesionado, por lo que no podía escalar, aunque sí montar en bici— y Emily Harrop, campeona del mundo de esquí de montaña, se unió a nosotros para escalar el Grand Paradiso. Ese día me sentí muy bien. No sé si fue gracias al largo sueño, a la cantidad de comida o a haber superado los tramos más exigentes desde el punto de vista cognitivo, pero pude subir bastante rápido y fácil. Llegué a la cima con Henri y ambos bajamos corriendo —con una breve parada en el refugio Vitorio Emmanuele para comer una crostata— hasta Pont, en lo que pareció una carrera de recuperación. Comí mucho mientras esperaba a Matheo y a Emily y mientras Henri empezaba a conducir para llegar a una carrera que tenía al día siguiente, ¡y en la que acabó 3º con un terreno muy fuerte!

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Luego corrí por un sendero muy bonito hasta el Colle del Nivolet y el Col de la Loze y bajé hasta Le Fornet, cerca del Val d'Isère, donde me esperaba el equipo y donde pudimos dormir nada menos que 7 horas.

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Etapa 8: Ecrins

Con la salida del sol, empecé a subir el Col de l'Iseran. Había hecho este paso varias veces, en bicicleta cuando era joven y esquiando cuando hacíamos etapas de verano en Tignes con el equipo nacional de skimo. Es un paso muy bonito, con magníficas vistas de esta parte de los Alpes, repleta de glaciares y campos verdes. Después subí el Col du Mont Cenis, que tiene un lago increíblemente hermoso y grande en su cima, y seguidamente recorrí en descenso un largo camino hasta Susa, donde el tiempo era increíblemente caluroso. Subí hasta Montgenevre y bajé hasta Briançon. De alguna manera, me sentía en una nube. Hice el recorrido tranquilamente, simplemente disfrutando del hecho de que sería el último día de un increíble viaje que me llevó físicamente a través de una distancia de 1.000 kilómetros desde el este hasta el punto en el que me encontraba, y emocionalmente a lugares en los que nunca había estado. En Vallouise, Leo Viret, un viejo amigo de los años del skimo y ahora entrenador de muchos de los mejores atletas de skimo y alpinistas, se unió a mí para recorrer los últimos kilómetros. Hablamos un poco de fisiología, de filosofías de entrenamiento y de estilos de vida. Llegué a Pré Madamme Carle poco después de las 4. Matheo, que venía desde Chamonix, llegaría más tarde, así que esperé mientras comía y charlaba con Aina y con mi madre sobre lo que habían sido las últimas semanas. Todavía no había acabado... pero sentía el final muy cerca...

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Poco después de las 5 llegó Matheo y, no mucho más tarde, llegó Benjamin Vedrines. También se unió a nosotros uno de los mejores alpinistas de esta generación, que acababa de volver del K2. Empezamos a subir hacia el Glacier Blanc. No fuimos ni rápidos ni lentos, realizamos el recorrido charlando sobre nuestros proyectos y sobre la vida, sobre todo y sobre nada. Cuando llegamos al glaciar, empezamos a trotar. Me sentí bien moviéndome después de tantos días. Hace 20 años, corrí en este glaciar para hacer mi primer FKT, superando el tiempo de Jean Pellissier en el Dome de Neige. Una década después, Matheo superó mi tiempo. Fue agradable correr junto a él allí, y con Benj, que ya está liderando la que será la próxima generación de alpinistas técnicos y rápidos. La puesta de sol nos sorprendió bajo la cumbre del Dôme. Montañas rojas en el norte. Hubo que sortear algunas grietas, pero la ruta fue bastante tranquila. Después del Dôme, seguimos la cresta rocosa hasta la Barre des Ecrins. Un abrazo, corto y profundo. Unas palabras, unas risas y una magdalena que Benj llevaba en su mochila. Estaba todo tranquilo, allí en la oscuridad, con el silencio de la noche roto por nuestras palabras, pero era hermoso.

Descendimos por la cresta y el glaciar. Un par de escaladores que estaban haciendo un vivac en el glaciar nos dieron la bienvenida desnudos celebrando nuestro viaje. En la bajada, Benj se torció el tobillo — desde aquí le deseo una rápida recuperación para que pueda retomar los increíbles proyectos que tiene en mente— y antes de medianoche llegamos a Pré, donde nos esperaban Aina, Nuria, David, Joel, Nick y Joan. No nos dijimos mucho, no era necesario. Comimos un poco y nos fuimos a dormir.

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Lo que he aprendido

Llevará algún tiempo evaluar y asimilar un viaje como éste, pero aquí van algunas reflexiones sobre lo que he aprendido.

Creo que, desde el punto de vista físico, he gestionado muy bien esta travesía. Mi peso se mantuvo estable todo el tiempo. Mientras que en los Pirineos mi peso disminuía y mi degradación era constante, aquí podía perder un par de kilos en una etapa larga pero los recuperaba rápidamente en las etapas más fáciles. En Sierre Zinal pesaba 54 kg, y después de la última etapa en Ecrins pesaba 54 kg. Además, aunque perdiera potencia y velocidad, pude mantener un ritmo constante de descenso durante todo el recorrido. Los 2 últimos días en Grand Paradisso y Ecrins fueron la prueba de que metabólicamente no había perdido mucho. En cuanto al dolor y demás consecuencias del esfuerzo, mis manos estaban bastante bien. Eso creo que se debe a que llegué muy sano/en forma al inicio del proyecto (mira mi entrenamiento de este año). Y la estrategia de avituallamiento durante la travesía, basada en seguir los ritmos circadianos, comiendo no muchas veces durante el día, pero sí grandes cantidades, y, cuando bajaba entre montaña y montaña, comiendo algún alimento que pudiera absorber bien (antiinflamatorios, control de la acidez, aumento de proteínas, grasas...). E hidratándome, ya que cuando estaba en la montaña no podía beber mucho (básicamente alrededor de 1 litro al día cuando subía). Fue de gran ayuda contar con Jesús y Sergi dándome consejos sobre cuáles podían ser los nutrientes (macro y micro) necesarios para recuperarme día a día, y para ser capaz de absorber la cantidad de nutrientes y de energía que necesitaba. Por lo tanto, la gestión de la nutrición, no sólo de las calorías in/out, sino de los nutrientes necesarios para absorber esas calorías y restituir las funciones sistémicas durante estos proyectos a largo plazo, es clave. Cuando hayamos analizado todos los datos recogidos durante el proyecto, podremos sacar unas conclusiones más claras sobre cuáles son los procesos internos que tienen lugar durante este tipo de esfuerzos.

Escalé la mayoría del tiempo con guantes y eso salvó la mayor parte de mi piel, y mis pies, aunque tenían algunos puntos duros en las plantas o en la zona de los crampones, estaban en buen estado. La costilla y mi retináculo extensor izquierdo estaban doloridos, pero eso era debido a los accidentes que sufrí. Fue interesante ver que la costilla fue bastante dolorosa durante los siguientes 2-3 días después de rompérmela, especialmente cuando realizaba algunos movimientos de oposición mientras subía, pero luego el dolor se desvaneció por completo hasta después de terminar, y cuando ya estaba de vuelta en casa, el dolor volvió con una intensidad alta que se prolongó durante 2 semanas más. Probablemente ello se debe a la gestión/evitación de la señal neural durante un período de tiempo en el que mi rutina implicaba muchas horas y movimientos en los que se movilizaba la costilla. Éste es un ejemplo de cómo esta experiencia ha supuesto un aprendizaje interesante sobre cómo, en diferentes situaciones, podemos adaptarnos hormonal y neuralmente para gestionar esas situaciones, tanto a corto plazo (por ejemplo, ante una caída, una avalancha o un desprendimiento de rocas, los niveles de adrenalina nos dan un subidón de energía) como a medio plazo (un ejemplo de ello es que, ante una indisponibilidad de ingesta energética en una situación de riesgo, somos capaces de mantenernos en diferentes intensidades durante un día más o menos hasta llegar a una situación de seguridad) o a largo plazo (la eliminación de la señal neural de dolor de un hueso roto durante varias semanas en una situación en la que el hueso se moviliza continuamente, hasta que se pone fin a esa situación).

También fue muy interesante observar cómo la respuesta hormonal en situaciones de peligro podía generar un aumento de energía, tanto en intensidad como en duración. La liberación de hormonas como la adrenalina, el cortisol, etc., en situaciones en las que necesitaba seguir sin comer, ir más rápido de lo que había sido capaz de ir en los minutos/horas anteriores o hacer un movimiento que requería más fuerza de la que creía tener, era notable, y entrar en un modo de lucha o pelea era igualmente interesante en un espectro fisiológico y cognitivo.

Creo que lo más difícil de una travesía como ésta es mantenerse alerta y concentrado durante tanto tiempo, sabiendo que las condiciones podrán volverse difíciles en ciertos momentos. Además del desgaste físico (que esperamos poder determinar pronto con los datos recogidos), la fatiga emocional y cognitiva que se experimenta es, en mi opinión, mayor.

Si tuviera que comparar el esfuerzo realizado con el de otros proyectos que he llevado a cabo, diría que la mayor diferencia la ha representado la continuidad de la concentración. Cuando realicé el proyecto de los Pirineos el año pasado, físicamente acabé mucho más cansado, y creo que fue debido a un peor enfoque relacionado con el avituallamiento y el “descanso”, pero el desgaste mental fue menor, ya que el único peligro era mi posible fallo técnico. En una expedición en el Himalaya intentando recorrer una ruta difícil, la cantidad de estrés mental es alta, pero a menudo se concentra en los pocos días del intento, ya que hay mucho descanso entre los intentos. En esta travesía, dado que la ruta implicaba en su mayor parte permanecer día y noche en las crestas para conectar cimas, la exigencia consistía en permanecer alerta a los peligros la mayor parte del tiempo, ya se tratara de peligros internos (como los posibles fallos técnicos o la fatiga neuromuscular) o externos (la presencia de grietas, seracs, desprendimientos de rocas, derrumbamientos, etc.).

La conexiones entre las montañas se llevan haciendo desde los inicios del alpinismo. Y con la evolución de los equipos y de las capacidades físicas y técnicas, así como con el aumento de los conocimientos sobre estrategias y logística, las posibilidades de realizar conexiones más largas o más rápidas han ido aumentando exponencialmente. Un gran ejemplo de ello fue cuando Ueli utilizó su parapente para bajar de algunas cumbres durante su conexión. Una estrategia que evolucionó enormemente cuando esta primavera y a principios de verano los paraalpinistas Peter Von Kanel y Chrigel Maurer conectaron los 82 cuatromiles en 51 días utilizando sus parapentes no sólo para descender de las cumbres, sino para subirlas o para recorrer las grandes distancias de cresta a cresta, abriendo un mundo de nuevas posibilidades para el paraalpinismo en el futuro.

Creo que el hecho de haber empleado 19 días para escalar los 82 picos cuatromiles de los Alpes, en comparación con las conexiones anteriores de Franz y Diego o Ueli en 60 y 62 días, no se debe a esa mejora de las capacidades físicas, sino a un enfoque diferente para conectar las cumbres.

Si nos fijamos en las conexiones anteriores, podemos ver conexiones “cortas” en su mayoría (cuando se pueden hacer conexiones empleando desde varias horas hasta 3-4 días de intento) realizadas como un intento non-stop donde se escalaron varias cumbres/caras en un intento sin paradas o con paradas cortas, o conexiones “largas” (más de 1,5/2 semanas de intento) con múltiples cumbres/caras donde la estrategia era escalar una cumbre o una conexión diaria “clásica”, luego bajar a su base, descansar un poco y escalar otra cumbre.

Para mí, la cuestión a resolver durante este proyecto era lograr la fusión de ambos enfoques. Aplicar un estilo de “single push” (un solo intento o empuje) en una conexión larga. La cuestión física se centraba en saber durante cuántas horas podemos forzar antes de tener que descansar, cuánto tiempo debe durar ese descanso y cómo podemos gestionar la ingesta de energía para ello. La segunda cuestión se refería a la gestión de las condiciones. Cuando hacemos una conexión “corta” solemos buscar una buena previsión meteorológica y esperar a que se den las mejores condiciones para empezar, y de alguna manera es “fácil” programar los tiempos para pasar algunos tramos y estar allí cuando las condiciones como la temperatura, la estabilidad de las rocas y la dureza de la nieve son buenas. Cuando se hace un largo intento único, es imposible predecir las condiciones climáticas durante tanto tiempo y gestionar en un momento dado dónde encontraremos buenas condiciones para la progresión y la seguridad. Así que, en mi opinión, la clave del éxito en un intento largo es saber gestionar el mal tiempo y las malas condiciones. Al final, esto implicaba tener un gran margen de improvisación, contar con un conocimiento de técnicas y estrategias para mantenerse a salvo cuando llegan esas condiciones y saber gestionar el estrés que se deriva de esas situaciones. Mi última cuestión se refería precisamente a este último punto: cómo mantenerse atento y concentrado cuando se realizan actividades de alto estrés durante muchas horas, cuando la fatiga y la privación de sueño día tras día se prolongan durante mucho tiempo. Creo que, por un lado, está la experiencia de realizar actividades de alto estrés (escalar en solitario, en roca mala, de noche, con mal tiempo...) durante mucho tiempo, de manera que cuando nos enfrentamos a ello no necesitamos pensar demasiado para tomar una decisión, es algo que surge de forma automática por la experiencia pasada, y por otro lado, está el temperamento de cada uno; ser capaz de volver a la calma y a los niveles básicos de estrés/relajación después de vivir situaciones de alto estrés es un factor clave para lograr reducir la carga cognitiva y energética.

Hace mucho tiempo, en mi primera experiencia en el Himalaya, cuando me encontraba dentro del albergue tomando té mientras el invierno traía más nieve a las montañas que deseábamos escalar, escuchaba con atención a mis compañeros, ambos con una amplia experiencia en alpinismo técnico y de altura. Recuerdo que Coro decía que el “Alpinismo” realmente se llegaba a conocer ese día en el que volvías a casa y no podías describir lo que habías hecho. “¿He estado escalando? Sí, pero eso no es lo que lo hizo especial... ¿He estado durmiendo fuera en la nieve? Sí, pero no se trata de eso... ¿He estado caminando por terreno expuesto agotándome físicamente? Sí, pero no es eso...” Tal vez, y sólo tal vez, el alpinismo consista en utilizar las herramientas y conocimientos adquiridos durante años para resolver los problemas que la montaña nos plantea de diferentes formas. En este proyecto, los números no representan nada. La ruta de grado más técnico de la travesía era una ruta de grado 5c, pero era una zona de roca buena, una ruta común en la que la navegación no entraba en la ecuación. Muchas rutas de grado más fácil daban la sensación de ser mucho más técnicas, un grado IV en arena, y otras, bajo una tormenta de nieve, podían convertirse en recorridos mucho más complicados. En esta travesía no hice ninguna ruta nueva, no realicé ninguna escalada dura, pero al final, lo que ha significado es difícil de describir, y precisamente ésta es la parte más bonita, sentir la travesía por lo que es, sin tener la capacidad de describirla, porque no hay medidas ni etiquetas que puedan explicar las emociones más profundas.

Algunos datos aleatorios

Mientras esperamos, podemos procesar los datos que tomamos para analizar los efectos del esfuerzo realizado en el metabolismo, la epigenética, la fisiología y la microbiota, así como el impacto a nivel cognitivo. He aquí algunos datos muy aleatorios sin ninguna utilidad:

Perfil con cordilleras, condiciones meteorológicas, escaladas favoritas, desprendimientos de rocas, secciones de escalada/caminata y bicicleta, refugios donde dormí, secciones realizadas acompañado y en solitario, y días en el trayecto.

  • Peso de la mochila: la mayor parte del tiempo en la montaña mi mochila pesaba entre 4 y 7 kg
  • Coroné 34 cumbres acompañado y 48 en solitario.
  • Mi tiempo de sueño más corto fue de 15 minutos y el más largo de 7 horas.
  • Matheo fue la persona que más cumbres coronó conmigo, ¡alcanzando un total de 30 cumbres!
  • La comida más habitual para mí en la montaña consistió en bocadillos con aguacate, aceite y queso fresco o con alguna “crema de cacao” casera con judías, cacao, nueces y aceite de coco.
  • Gasté una media de 8.300 calorías/día (analizadas con agua doblemente etiquetada durante los 7 primeros días)
  • Disfruté de 12 hermosas puestas de sol y 11 increíbles amaneceres mientras escalaba.
  • Pasé 2 días sin ver a ninguna persona.
  • Las cumbres en las que me encontré con más gente fueron Aletschhorn, Monte Rosa, Cervino y Gran Paradiso.
  • El momento más “enriquecedor” fue el ascenso al Weisshorn, con la puesta de sol, el espectro roto y la sensación de fluir hacia la cima.
  • Para recuperarme, una de las cosas que más bebí fue una infusión de orégano con aceite de coco y batido de remolacha, jengibre y cúrcuma.
  • La noche que mejor dormí fue en el bivi de Eccles, solo 3 horas pero muy profundamente.
  • Utilicé 4 pares de guantes durante la travesía. Todos estaban completamente desgastados, con agujeros en todos los dedos.
  • Durante el viaje subí o bajé por más de 160 rutas diferentes. Algunas fueron agradables, otros muy agradables y otras no tanto. Las que más me gustaron, por su calidad de roca, por el ambiente y/o por la estética fueron las travesías Lauteraarhorn-Schreckhorn, Dom-Täschhorn, Rimpfischhorn, la cresta Este en Dent d'Herens, Arbengrat en Ober Gabelhorn, Rothorngrat en Zinalrothorn, Schaligrat en Weisshorn, Jorasses-Rochefort, Aiguilles du Diable y Arête du Brouillard.
25 May 2023

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